sábado, 23 de enero de 2010

LAS ESTRELLAS Y YO

LAS ESTRELLAS Y YO
Por: Daniel R. Altschuler
(Revista Domingo, El Nuevo Día, 27 de abril de 2003)
Reproducido por: Rafael Ortiz Vega
Hace unos años, en el tapón escuchando distraídamente a Madame Kalalú por la radio para entretenerme, la oí decir que próximamente Leo (yo soy Leo) encontraría su amor en Aries. “¡Qué sarta de estupideces!”, pensé. Al mes me encontré con el amor de mi vida: ¡es Aries! Les relaté esto con asombro a mis amigos, algunos de los cuales conocían a la Kalalú y coincidieron en que ella sí tenía algún poder psíquico, ya que había presagiado que el bebé que tuvieron era varón, cuando otros habían dicho que sería hembra. La Kalalú se las traía, coincidieron.
Es más, pensándolo bien ahora, ¿no había sido ella la que había vaticinado al inicio del año que un alto funcionario del gobierno caería acusado y convicto de corrupción? Y también había dicho que habría una boda entre las estrellas y, en efecto, así ocurrió. Sin duda, la Kalalú se las trae y su línea psíquica a $3.99 por minuto es un éxito. Hay muchas personas con testimonios de cómo la Kalalú la pega.
La primera pregunta fundamental que habría que hacer es: ¿cuál es la utilidad en estos casos de saber, por ejemplo, que nos vamos a enamorar de un Aries? ¿O cuál es la utilidad de pagar para que alguien nos vaticine que este año será bueno en los negocios? Si ocurre, ocurre, y si no ocurre, no ocurre. No es que podamos hacer nada al respecto, aun si este vaticinio tuviera un mínimo de veracidad. Si nos vaticina una enfermedad, nos enfermaremos y no nos salva ni la vitamina C. Es decir, si la predicción es infalible, no hay nada que podamos hacer y, si es falsa, no sirve para nada.
Pero usemos algo de estadística básica para ver cómo es que algo bastante normal, parezca ser insólito, y que mi asombro no estaba bien fundamentado. Como hay doce (12) signos del zodíaco, resulta que una duodécima parte de nosotros pertenece a un signo en particular. Si, por ejemplo, hay 120,000 personas que escucharon a la Kalalú o que leyeron su horóscopo en el diario, entonces, 10,000 son Leos. Si uno de ellos se enamora “ próximamente” (¿en una semana, en un mes, en un año?), la probabilidad de que se enamore de un Aries es otra vez, una en doce, es decir, le ocurrirá a aproximadamente 800 personas.
Claro, de esas 800 personas, no todos se enamoran, ya que algunos están felizmente casado, otros no quieren o no pueden enamorarse, y no todos se enamoran de alguien dentro de un tiempo en el cual todavía recuerdan la predicción. Propongo que un tiempo de tres meses es razonable para no olvidar.
¿Pero qué fracción de la gente se enamora dentro de un periodo de tres meses? Intentemos un estimado, aunque sea algo incierto, ya que los datos que usaré podrían ser distintos, aunque no por grandes factores.
Casi todas las personas se enamoran alguna vez en la vida, y casi todas más de una vez. Digamos que en promedio son cinco veces en la vida dentro de 50 años (descarto los enamoramientos antes de los 15 años) y esto me da un enamoramiento por persona cada 10 años. En un periodo de tres meses, estimo entonces 25 enamoramientos por cada 1000 personas, y para los 800 leos que se podrían enamorar de un Aries esto me da 20 que escucharon a la Kalalú y que efectivamente se enamoraron en los tres meses siguientes a la predicción.
Son esos 20 los que se maravillan de los poderes de la Kalalú, los que llaman al programa para dar testimonio de lo acertado de su predicción, los que propagan la idea de que “se las trae”. Pero en realidad no es nada extraordinario; tenía que suceder. Los otros 220 leos que en esos tres meses se enamoraron, pero no de un Aries, ni se acuerdan de la falsa predicción.
Esto es algo bien general: tendemos a recordar coincidencias y no lo contrario, ya que lo contrario no es memorable. Nos sorprendemos de que un día cualquiera nos encontramos inesperadamente con un amigo en un lugar que no frecuentamos: “Nunca vengo a este lugar y justo el día que vengo, te encuentro”. Toda clase de elucubración mística puede surgir a raíz de este tipo de pensamiento, cuando un análisis estadístico demostraría que no es tan insólito que esto suceda.
Ya ve. En este caso, como en todos los otros, las estrellas no tuvieron que ver con mi buena fortuna. Y es que el hecho que un particular planeta “esté en Acuario” hoy, o en el día y la hora en que usted nació, nada tiene que ver con su vida. Además, no está nada claro lo que significa la hora exacta en que uno nace, dato necesario para preparar la llamada “carta astral”, ya que un parto dura en ocasiones bastante tiempo, y tampoco está claro por qué al planeta que supuestamente nos afecta le hace diferencia si estamos fuera o dentro del cuerpo de nuestra madre. Sepa, además, que Acuario es un dibujo proyectado en la bóveda celeste que es arbitrario y que nada tiene que ver con la ubicación de las estrellas en el espacio. Las estrellas de Acuario, o a las de cualquier otra constelación, no guardan ninguna relación una con la otra, por lo cual en concepto de que un planeta “entra” en Acuario es similar a decir que usted “entra” en una película del cine.
Hay un detalle astronómico interesante y desconocido por la mayoría de las personas. Aunque se definen 12 signos zodiacales, en realidad, en su recorrido anual por el cielo, el Sol cruza trece constelaciones. La número trece es la constelación de Ofiuco. También es cierto es cierto que los planetas, en su trayectoria por el cielo, cruzan por delante de otras muchas constelaciones que las trece del zodiaco, y hay veces que Venus está en Scutum, Marte en Hydra, y Saturno en Serpens.
Como sea, categorizar a todo el mundo colocándonos en doce cajitas de personalidades es un desprecio a la gran diversidad de individualidades que hacen al mundo tan rico, y una simplificación de la vida equivalente a decir que su destino es el mismo que el de otros quinientos millones de personas en el mundo. Son doce cajitas- y no otro número- por la sencilla y arbitraria razón de que los babilonios usaban un sistema de numeración duodecimal. Y si el horóscopo incluye números de la suerte para cada uno de los doce símbolos, está claro que si uno de ellos ganara en la loto de ese día, los otros once deben perder. Es un insulto a la inteligencia. Si la astrología tuviera alguna validez científica, alguien ya habría recibido un premio Nobel por este descubrimiento, en vez de escribir simplezas cotidianas en algún periódico. Hoy compré tres diarios distintos y busqué el horóscopo para los 300,000 capricornianos que viven en Puerto Rico. Esto es lo que dicen (con algunas comentarios míos entre paréntesis):
Diario 1:
“Con tu mente estás fabricando tu futuro y el de tu gente más querida, así que guíala con sabiduría, no dejes que nadie te aparte de tus objetivos. Mira, ese problema lo podrás resolver fácilmente si lo enfocas con optimismo (siempre es así y para todo el mundo, ¿no?) Calma, no te arrastres por primeras impresiones. El romance está favorecido esta noche. Números de la suerte: 13, 28, 41-038”
Diario 2:
“Muéstrate paciente para con tu pareja, no seas rencoroso (a). Pon tu parte para acabar con la falta de comunicación que los está alejando y que podrá acabar con la relación. Presta atención a lo que otra persona diga. Comunícate a nivel de sentimiento, valdrá la pena el esfuerzo.
Números de la suerte: 12, 10, 45.”

Diario 3:
“Cuida un poco tu alimentación porque estás engordando últimamente (¿300,000 personas engordando?) la salud de un hombre mayor en tu familia te va a preocupar (la salud de los hombres mayores siempre preocupa). No dejes en el olvido pagar algo que te viene muy mal, porque por olvidarlo no lo vas a tener que dejar de pagar (esto es válido para todos). Te sientes un poco solo, no te entienden y cuando hablas o propones algo es para discutir. Unos amigos te echarán la mano (los amigos siempre echan la mano).
Números de la suerte: 089”

Lo primero que hay que notar es la banalidad extrema de estos enunciados. Muchas palabras que lo único que dicen son generalidades obvias. Tampoco parece haber alguna relación entre los diferentes enunciados. ¡Ni se ponen de acuerdo en los números de la suerte!

¿Qué más pruebas de que no hay nada detrás de esto? Si fuera sólo entretenimiento, no importaría del mismo modo que no preocupa la ficción. Pero es aterrador que personas encargadas de tomar decisiones que nos afectan a todos (digamos un presidente de una nación) consulten los astros. Y es bochornoso cuando la Policía consulta a un clarividente para resolver un caso. Eso estaba bien en el 1492 cuando también quemaban brujas, ¡pero no hoy, en el 2003!

Me alarma ver que, a pesar de que no sirven para nada, los horóscopos ocupan páginas enteras en la prensa, y los astrólogos disponen cada vez de más tiempo en las noticias y en los medios. Me dan miedo las personas que rigen sus vidas de acuerdo con esta charlatanería, y me da pena pensar en el pobre diablo que día tras día tiene que redactar esas estupideces. O quizás ya tienen programas de computadoras que los redactan.
Pero - me cuestionan algunos- ¿por qué no puede haber una relación entre los planetas las estrellas u nosotros? ¿Acaso la Luna, con su gravitación, no causa las mareas en los cuerpos de agua de la Tierra y, por lo tanto, podría afectarnos, especialmente porque el 80 % de nuestros cuerpos se compone de agua? La respuesta es que no es posible que nos afecte. El efecto de marea surge en la Tierra por su gran dimensión, y afecta a los grandes océanos y mares por ser grandes y por ser relativamente flexibles, comparado con los continentes. En un lago no hay mareas. El efecto de marea de la Luna sobre una persona es menor que el efecto de marea causado por una naranja de un árbol bajo cuya sombra está usted sentado. Es decir, cero. Y en todo caso serían las naranjas – y no la Luna- las que determinarían su destino.

Pero se puede alegar que, al fin y al cabo, la ciencia no lo ha descubierto todo y podría haber algún efecto hasta ahora desconocido. Cierto es, y los árboles podrían ser azules, ¡pero no lo son! Aquí lo que importa es una regla fundamental del conocimiento: lo que determina la veracidad de un efecto en el mundo físico es la evidencia. Evidencia significa observaciones y medidas objetivas de un efecto, repetibles y estadísticamente significativas. La astrología, y todos los otros disparates que muchos (as) creen, no cae dentro de estas reglas de evidencia.
Y sin embargo la ciencia sí ha descubierto que es cierto que hay un íntimo vínculo entre nosotros y las estrellas. Comenzando con el hecho de que en ellas se producen los elementos vitales para nuestra existencia – como el carbono, el nitrógeno y el oxígeno – y finalizando con el hecho de que sin la energía del Sol (una de las tantas estrellas) la vida sobre la Tierra no habría surgido desde hace cuatro mil millones de años ni habría evolucionado hasta el punto en el cual yo estoy escribiendo esto. Y lo lindo es que entendemos bastante bien cómo es que se produce esta energía, y no es por arte de magia.
Sabemos qué son los elementos químicos y cómo se construyen a partir de protones, neutrones y electrones. Y más importante aún, sabemos cómo surgen en procesos estelares. Es decir, que cada átomo de nuestro cuerpo fue en algún momento parte de una estrella. El oro en su anillo estuvo en algún momento originado como producto de una explosión de una supernova. Somos hijos de las estrellas.
Lo curioso es que sólo la ciencia puede predecir el futuro (en forma limitada por cierto). Hemos adquirido conocimientos que nos permiten predecir si un objeto del tamaño de una montaña en órbita alrededor del Sol puede, en un futuro, chocar con la Tierra; y si así fuera, determinar la fecha y lugar de este cataclismo. Y si esto sucediera, lo tomaríamos muy en serio. Comparado con esto, todas las predicciones de los astrólogos son puras ficciones, por más que en ocasiones parezca que se cumplen.
¡Ah!, y como hay muchos por ahí a quienes les gusta vaticinar el fin del mundo (lo triste es que hay unos cuantos que se lo creen), les cuento que la ciencia ha descubierto que, en efecto, el mundo se acabará. Es un problema que tiene que ver con la vida del Sol, cuyo funcionamiento hemos descifrado, lo cual nos permite calcular que dentro de unos tres mil millones causará el fin de la vida sobre la Tierra. Pero no es un problema urgente y nadie se alarma. Más alarmante es la posibilidad de que un asteroide choque con nuestro planeta como ha ocurrido en el pasado, y nos dé un golpe de tal magnitud que no podamos sobrevivir. No pierda el sueño: hasta el momento no hemos encontrado ningún objeto de gran tamaño (digamos como una montaña) que represente un peligro para la Tierra. Claro que esto no quiere decir que no ande por ahí, ya que no los hemos descubierto todos. Como sea, no hay mucho que podamos hacer cuando llegue el día.
Si busca algo por lo cual valga la pena perder el sueño, le recomiendo considerar que, si seguimos por el derrotero que hemos escogido, es muy probable que la existencia de humanos en la Tierra acabe mucho antes de esa muerte natural, una especie de suicidio colectivo, pero evitable.

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