La carga del escepticismo
Carl Sagan*
¿Qué es el escepticismo? No es nada esotérico. Nos lo encontramos
a diario. Cuando compramos un coche usado, si tenemos el mínimo de
sensatez, emplearemos algunas habilidades escépticas residuales (las
que nos haya dejado nuestra educación). Podrías decir: "Este tipo es
de apariencia honesta. Aceptaré lo que me ofrezca". O podrías decir:
"Bueno, he oído que de vez en cuando hay pequeños engaños relacionados
con la venta de coches usados, quizá involuntarios por parte del
vendedor", y luego hacer algo. Le das unas pataditas a los neumáticos,
abres las puertas, miras debajo del capó. (Podrías valorar cómo anda
el coche aunque no supieses lo que se supone que tendría que haber
debajo del capó, o podrías traerte a un amigo aficionado a la mecánica.)
Sabes que se requiere algo de escepticismo, y comprendes por qué. Es
desagradable que tengas que estar en desacuerdo con el vendedor de
coches usados, o que tengas que hacerle algunas preguntas a las que
es reacio a contestar. Hay al menos un pequeño grado de confrontación
personal relacionado con la compra de un coche usado y nadie afirma
que sea especialmente agradable. Pero existe un buen motivo para ello,
porque si no empleas un mínimo de escepticismo, si posees una credulidad
absolutamente destrabada, probablemente tendrías que pagar un
precio tarde o temprano. Entonces desearías haber hecho una pequeña
inversión de escepticismo con anterioridad.
Ahora bien, esto no es algo en lo que tengas que emplear cuatro
años de carrera para comprenderlo. Todo el mundo lo comprende. El
problema es que los coches usados son una cosa, y los anuncios de
televisión y los discursos de presidentes y líderes políticos son otra.
Somos escépticos en algunas cosas, pero, desafortunadamente, no en
otras.
Por ejemplo, hay un tipo de anuncio de aspirina que revela que el
producto de la competencia sólo tiene una cierta cantidad del ingrediente
analgésico que los médicos recomiendan (no te dicen cuál es el
misterioso ingrediente), mientras que su producto tiene una cantidad
dramáticamente superior (de 1,2 a 2 veces más por cada pastilla). Por
tanto deberías comprar su producto. Pero ¿por qué no simplemente tomar
dos pastillas de la competencia? Nadie te ha dicho que preguntes.
No apliques escepticismo en este asunto. No pienses. Compra. Las afirmaciones de los anuncios comerciales constituyen pequeños engaños. Nos hacen gastar algo más de dinero, o nos inducen a comprar un producto algo inferior. No es tan terrible. Pero considera esto: Tengo aquí el programa de este año de la Expo Whole Life de San Francisco. Veinte mil personas asistieron a la del año pasado. He aquí algunas
de las presentaciones: "Tratamientos Alternativos para Enfermos
de sida: reconstruirá las defensas naturales y prevendrá crisis del sistema
inmunitario-aprende sobre los últimos avances que los medios han ignorado por completo". Me parece que esa presentación podría
causar graves daños. "Cómo las Proteínas Sanguíneas Atrapadas Producen
Dolor y Sufrimiento". "Cristales: ¿Son Talismanes o Piedras?"
(Yo tengo mi propia opinión) Dice: "Al igual que un cristal enfoca ondas
de sonido y luz para la radio y la televisión" las radios de galena tienen
bastante tiempo– ("ambién podría amplificar las vibraciones espirituales
del hombre desintonizado". Apuesto a que muy pocos de vosotros
estáis desintonizados. O esta otra: "El Retorno de la Diosa, Ritual de
Presentación". Otra: "Sincronicidad, la Experiencia de Reconocimiento".
Esa la da el "Hermano Charles". O, en la siguiente página: "Tú,
Saint-Germain, y Cómo Curarse Mediante la Llama Violeta". Sigue y sigue,
con montones de anuncios acerca de las oportunidades (que van
desde lo dudoso a lo espurio) disponibles en la Expo Whole Life.
Si tuvieras que bajar a la Tierra en cualquier momento del dominio
humano, te encontrarías con un conjunto de sistemas de creencia
populares, más o menos similares. Cambian, a veces rápidamente, a
veces en una escala de varios años: pero, a veces, sistemas de creencia
de este tipo duran muchos miles de años. Al menos unos cuantos
están siempre presentes. Creo que es razonable preguntarse por qué.
Somos Homo Sapiens. Esa es nuestra característica diferenciadora, eso
de sapiens. Se supone que somos listos. Entonces ¿por qué nos rodea
siempre todo ese tema? Bueno, por una parte, muchos de esos sistemas
de creencia tratan necesidades humanas reales que no se presentan en
nuestra sociedad. Existen necesidades médicas insatisfechas, necesidades
espirituales, y necesidades de comunicación con el resto de la
comunidad humana. Puede que haya más de esos defectos en nuestra
sociedad que en muchas otras de la historia de la humanidad. Por tanto,
es razonable para la gente probar y hurgar en varios sistemas de
creencia, para ver si ayudan en algo.
Por ejemplo, tomemos una manía de moda: la canalización. Tiene
como premisa fundamental, al igual que el espiritualismo, que, cuando
morimos, no desaparecemos exactamente, sino que una parte de
nosotros continúa. Esa parte, dicen, puede retomar el cuerpo de un
humano u otras criaturas en el futuro, y por tanto, personalmente, la
muerte pierde mucha amargura para nosotros. Y lo que es más, tenemos
una oportunidad, si los argumentos de la canalización son ciertos,
de contactar con seres queridos que han muerto.
Hablando personalmente, yo estaría encantado de que la reencarnación fuese cierta. Perdí a mis dos padres en los últimos años, y me encantaría tener una pequeña conversación con ellos, para decirles cómo
están los niños y asegurarme de que todo va bien dondequiera que
estén. Eso toca algo muy profundo. Pero, al mismo tiempo, y precisamente
por esa razón, sé que hay gente que intenta beneficiarse de
las vulnerabilidades de los afligidos. Mejor que los espiritualistas y los
canalizadores tengan un argumento convincente.
O tomemos la idea de que, pensando mucho sobre formaciones
geológicas, podemos decir dónde hay depósitos de mineral o petróleo.
Uri Geller afirma eso. Ahora bien, si eres un ejecutivo de una compañía de exploración de mineral o petróleo, tus garbanzos dependen
de que encuentres los minerales o el petróleo: por tanto, gastar cantidades
triviales de dinero, comparadas con lo que te gastas a menudo
en exploración geológica, en este caso para encontrar físicamente los
depósitos, no suena tan mal. Podrías caer en la tentación.
O tomemos a los OVNIs, el argumento de que nos están visitando
continuamente seres de otros mundos en naves espaciales. Encuentro
esto muy emocionante. Al menos es una ruptura con lo ordinario. He
empleado una buena cantidad de tiempo en mi vida científica trabajando
en el tema de la búsqueda de inteligencia extraterrestre. Piensa
cuánto esfuerzo podría ahorrarme si esos tipos están visitándonos. Pero
cuando podemos reconocer alguna vulnerabilidad emocional relacionada
con una pretensión, es cuando tenemos que hacer los esfuerzos
más firmes de escrutinio escéptico. En esa situación es cuando pueden
aprovecharse de nosotros.
Ahora reconsideremos la canalización. Hay una mujer en el Estado
de Washington que afirma entrar en contacto con alguien que tiene
35.000 años de edad: Ramtha (quien, por cierto, habla muy bien inglés
con lo que me parece un acento indio). Supongamos que tenemos a
Ramtha aquí y supongamos que Ramtha es cooperativo. Podríamos hacer
algunas preguntas: ¿Cómo sabemos que Ramtha vivió hace 35.000
años? ¿Quién está llevando la cuenta de los milenios que se interponen?
¿Cómo es que son exactamente 35.000 años? Eso es un número
muy redondo. ¿35.000 más qué, o menos qué? ¿Cómo eran las cosas
hace 35.000 años? ¿Cómo era el clima? ¿Dónde vivió Ramtha? (Sé que
habla inglés con un acento indio, pero ¿dónde se hablaba así hace
35.000 años?) ¿Qué come Ramtha? (Los arqueólogos saben algo sobre
lo que comía la gente por aquel entonces.) Tendríamos una buena
oportunidad de descubrir si sus afirmaciones son ciertas. Si fuera realmente
alguien de hace 35.000 años, podríamos aprender mucho sobre
hace 35.000 años. Por tanto, de una manera u otra, o Ramtha es realmente
alguien de hace 35.000 años, en cuyo caso descubriremos algo
sobre ese periodo (que es anterior a la glaciación de Wisconsin, una
época interesante), o es un farsante y se equivocará. ¿Cuáles son los
idiomas indígenas, cómo es la estructura social, con quién más vive
Ramtha (hijos, nietos), cuál es el ciclo de vida, la mortalidad infantil,
qué ropas lleva, cuál es su esperanza de vida, qué armas, plantas y
animales hay? Dinos. En cambio, lo que oímos son las homilías más
banales, indistinguibles de las que los supuestos ocupantes de los OVNIs les dicen a los pobres humanos que afirman haber sido abducidos
por ellos.
Ocasionalmente, por cierto, recibo una carta de alguien que está en
contacto con un extraterrestre que me invita a (preguntar lo que sea).
Así que tengo una lista de preguntas. Los extraterrestres están muy
avanzados, recordemos. Por tanto pregunto cosas como: (Por favor,
denme una demostración simple del último Teorema de Fermat.) O de
la Conjetura de Goldbach. Y luego tengo que explicar qué son estas cosas,
porque los extraterrestres no las llamarán Ultimo Teorema de Fermat,
así que escribo la pequeña ecuación con sus exponentes. Nunca
recibo respuesta. Por otra parte, si le pregunto algo como (¿Deberíamos
ser buenos los humanos?), siempre recibo respuesta. Pienso que se
puede deducir algo de esta habilidad diferenciada para contestar preguntas.
Si son cosas imprecisas y vagas, están encantados de responder,
pero si es algo específico, que dé ocasión a descubrir si saben algo
realmente, sólo hay silencio.
El científico francés Henri Poincaré hizo una observación sobre por
qué la credulidad está tan extendida: (También sabemos lo cruel que
es la verdad a menudo, y nos preguntamos si el engaño no es más
consolador). Eso es lo que he intentado decir con mis ejemplos. Pero no
creo que esa sea la única razón por la que la credulidad está extendida.
El escepticismo desafía a instituciones establecidas. Si enseñamos a
todo el mundo, digamos a los estudiantes de instituto, el hábito de ser
escépticos, quizá no limiten su escepticismo a los anuncios de aspirinas
y a los canalizadores de 35.000 años. Puede que empiecen a hacerse
inoportunas preguntas sobre las instituciones económicas, o sociales,
o políticas o religiosas. ¿Luego dónde estaremos?
El escepticismo es peligroso. Esa es precisamente su función, en mi
opinión. Es menester del escepticismo el ser peligroso. Y es por eso que
hay una gran renuencia a enseñarlo en las escuelas. Es por eso que no
encontramos un dominio general del escepticismo en los medios. Por
otra parte, ¿cómo evitaremos un peligroso futuro si no poseemos las
herramientas intelectuales elementales para hacer preguntas agudas
a aquéllos que están nominalmente al cargo, especialmente en una
democracia?
Creo que éste es un buen momento para reflexionar sobre el tipo
de problema nacional que se podría haber evitado si el escepticismo
estuviese más disponible en la sociedad americana. El fiasco
de Irán/Nicaragua es un ejemplo tan obvio que no tomaré ventaja de
nuestro pobre y hostigado presidente (Reagan) hablando sobre ello. La
resistencia de la Administración a un Tratado de Prohibición de Pruebas
Nucleares y su continua pasión por aumentar las armas nucleares
(uno de los pilotos principales en la carrera nuclear) bajo el pretexto de
estar más seguros es otro asunto semejante. También lo es La Guerra
de las Galaxias. Los hábitos de pensamiento escéptico que fomenta el
CSICOP tienen relevancia para asuntos de la mayor importancia para
la nación. Hay tantas tonterías promulgadas por los partidos políticos
que el hábito de escepticismo imparcial debería declararse un objetivo
nacional esencial para nuestra supervivencia.
Quiero decir algo más sobre la carga del escepticismo. Se puede coger un hábito de pensamiento en el que te diviertes burlándote de toda
la gente que no ve las cosas tan bien como tú . Esto es un peligro social
potencial, presente en una organización como el CSICOP. Tenemos que
protegernos cuidadosamente de esto.
Me parece que lo que se necesita es un equilibrio exquisito entre
dos necesidades conflictivas: el mayor escrutinio escéptico de todas las
hipótesis que se nos presentan, y al mismo tiempo una actitud muy
abierta a las nuevas ideas. Obviamente, estas dos maneras de pensar
están en cierta tensión. Pero si sólo puedes ejercitar una de ellas, sea
cual sea, tienes un grave problema.
Si sólo eres escéptico, entonces no te llegan nuevas ideas. Nunca
aprendes nada nuevo. Te conviertes en un viejo cascarrabias convencido
de que la estupidez gobierna el mundo. (Existen, por supuesto,
muchos datos que te apoyan.) Pero de vez en cuando, quizá uno entre
cien casos, una nueva idea resulta estar en lo cierto, ser válida y maravillosa.
Si tienes demasiado arraigado el hábito de ser escéptico en
todo, vas a pasarla por alto o tomarla a mal, y en ningún caso estarás
en la vía del entendimiento y del progreso.
Por otra parte, si eres receptivo hasta el punto de la mera credulidad
y no tienes una pizca de sentido del escepticismo, entonces no puedes
distinguir las ideas útiles de las inútiles. Si todas las ideas tienen igual
validez, estás perdido, porque entonces, me parece, ninguna idea tiene
validez alguna.
Algunas ideas son mejores que otras. El mecanismo para distinguirlas
es una herramienta esencial para tratar con el mundo y especialmente
para tratar con el futuro. Y es precisamente la mezcla de estas
dos maneras de pensar el motivo central del éxito de la ciencia.
Los científicos realmente buenos practican ambas. Por su cuenta,
cuando hablan consigo mismos, amontonan grandes cantidades de
nuevas ideas y las critican implacablemente. La mayoría de ellas nunca
llega al mundo exterior. Sólo las ideas que pasan por rigurosos filtros
salen y son criticadas por el resto de la comunidad científica. A veces
ocurre que las ideas que son aceptadas por to1do el mundo resultan ser
erróneas, o al menos parcialmente erróneas, o al menos son reemplazadas
por ideas de mayor generalidad. Y, aunque, por supuesto, existen
algunas pérdidas personales (vínculos emocionales con la idea de que
tú mismo has jugado un papel inventivo), no obstante la ética colectiva
es que, cada vez que una idea así es derribada y reemplazada por
algo mejor, la misión de la ciencia ha salido beneficiada. En ciencia,
ocurre a menudo que los científicos dicen: (¿Sabes?, ese es un gran
argumento; yo estaba equivocado). Y luego cambian su mentalidad y
jamás se vuelve a escuchar de sus bocas esa vieja opinión. Realmente
hacen eso. No ocurre tan a menudo como debiera, porque los científicos
son humanos y el cambio es a veces doloroso. Pero ocurre a diario.
No soy capaz de recordar la última vez que pasó algo así en la política
o en la religión. Es muy raro que un senador, por ejemplo, responda:
"Ese es un buen argumento. Voy a cambiar mi afiliación política".
Me gustaría decir unas cuantas cosas sobre las estimulantes sesiones
sobre la búsqueda de inteligencia extraterrestre (SETI) y sobre
el lenguaje animal en nuestra conferencia del CSICOP. En la historia
de la ciencia, existe un instructivo desfile de importantes batallas intelectuales
que resultan tratar todas ellas sobre lo centrales que son
los seres humanos. Podríamos llamarlas batallas sobre la presunción
anti-copernicana.
He aquí algunas de las cuestiones:
Somos el centro del Universo. Todos los planetas y las estrellas
y el Sol y la Luna giran alrededor nuestro. (Chico, debemos ser
realmente especiales.)
Esa era la creencia impuesta (Aristarco aparte) hasta la época de
Copérnico. Le gustaba a mucha gente porque les daba una posición central personalmente injustificada en el Universo. El mero
hecho de estar en la Tierra te hacía privilegiado. Eso te hacía sentir
bien. Luego llegó la prueba de que la Tierra era sólo un planeta
y de que esos puntos brillantes en movimiento eran también planetas.
Decepcionante. Incluso deprimente. Mejor cuando éramos
centrales y únicos.
Pero al menos nuestro Sol está en el centro del Universo.
No, esas otras estrellas también son soles, y lo que es más, nos
encontramos en las afueras de la galaxia. No estamos nada cerca
del centro de la galaxia. Muy deprimente.
Bueno, al menos la Vía Láctea está en el centro del Universo.
Luego un poco más de progreso científico. Descubrimos que no
existe eso del centro del Universo. Lo que es más, hay cien mil
millones de galaxias más. Esta no tiene nada de especial. Completamente
deprimente.
Bueno, al menos nosotros, los humanos, somos el pináculo de la
creación. Somos aparte. Todas esas criaturas, las plantas y los
animales, son inferiores. Nosotros somos superiores, no tenemos
conexión con ellos. Todo ser viviente ha sido creado separadamente.
Luego viene Darwin. Descubrimos una continuidad evolucionaria.
Estamos relacionados estrechamente con las otras bestias y vegetales.
Lo que es más, nuestros parientes biológicos más cercanos
son los chimpancés. Esos son nuestros parientes más cercanos
Es una vergüenza. ¿Has ido alguna vez al zoo y los
has visto? ¿Sabes lo que hacen? Imagina lo embarazosa que era
esta verdad en la Inglaterra victoriana, cuando Darwin tuvo esta
idea. Hay otros ejemplos importantes (sistemas de referencia privilegiados
en física y la mente inconsciente en psicología) que pasaré por alto.
Mantengo que en la tradición de este largo conjunto de debates (cada
uno de los cuales ha sido ganado por los copernicanos, por los tipos
que dicen que no hay nada especial en nosotros), hubo una nota callada
profundamente emocional en los debates de las dos sesiones del
CSICOP que he mencionado. La búsqueda de inteligencia extraterrestre
y el análisis de un posible lenguaje animal hieren a uno de los sistemas
de creencia pre-copernicanos que quedan:
Al menos somos las criaturas más inteligentes de todo el Universo.
Si no existen más chicos listos en ninguna parte, aunque estemos
relacionados con los chimpancés, aunque estemos en las afueras
de un universo vasto y tremendo, al menos todavía nos queda
algo especial. Pero, en el momento que encontremos inteligencia
extraterrestre, se perderá el último pedazo de presunción. Creo
que parte de la resistencia a la idea de la inteligencia extraterrestre
es debida a la presunción anti-copernicana. Asimismo, sin
tomar ninguna postura en el debate de si hay otros animales (los
primates superiores, especialmente los grandes monos) inteligentes
o con un lenguaje, es claramente, a nivel emocional, la misma
cuestión. Si definimos a los humanos como criaturas que tienen
lenguaje y nadie más tiene lenguaje, al menos somos únicos en
ese aspecto. Pero si resulta que todos esos sucios, repugnantes
y graciosos chimpancés pueden, con el Ameslan o de cualquier
otra manera, comunicar ideas, entonces ¿qué nos queda de especial
a nosotros? En los debates científicos existen, a menudo
inconscientemente, impulsoras predisposiciones emocionales sobre
estas cuestiones. Es importante darse cuenta de que los debates
científicos, al igual que los debates pseudocientíficos, pueden
llenarse de emociones por todas estas razones.
Ahora echemos un vistazo más de cerca a la búqueda de inteligencia
extraterrestre por radio. ¿En qué se diferencia de la pseudociencia?
Dejadme contar un par de casos reales. A principios de los sesenta, los
soviéticos ofrecieron una rueda de prensa en Moscú en la que anunciaron
que una fuente distante de radio, llamada CTA-102, estaba variando
sinusoidalmente, como una onda seno, con un periodo de unos
100 días. ¿Por qué convocaron una rueda de prensa para anunciar que
una fuente distante de radio estaba variando? Porque pensaban que
era una civilización extraterrestre de inmenso poder. Eso se merece
convocar una rueda de prensa. Esto es incluso anterior a la existencia
de la palabra cuásar. Hoy sabemos que CTA-102 es un cuásar. No
sabemos muy bien lo que es un cuásar: y existe más de una explicación para ellos mutuamente exclusiva en la literatura científica. No obstante, pocos consideran seriamente que un cuásar, como CTA-102,sea una civilización galáctica extraterrestre, porque hay un número de explicaciones alternativas de sus propiedades que son más o menos consistentes con las leyes físicas que conocemos sin evocar a la vida alienígena. La hipótisis extraterrestre es una hipótesis de último recurso. Sólo si falla todo lo demás se acude a ella.
Segundo ejemplo: en 1967, científicos británicos encontraron una
fuente de radio cercana que fluctuaba en un periodo de tiempo mucho
más corto, con un periodo constante de hasta diez cifras significativas.
¿Qué era? Su primer pensamiento fue que era algo como un mensaje
que se nos estaba enviando, o un faro de navegación interestelar
para las naves espaciales que volaban entre las estrellas. Incluso le
dieron, entre los de la Universidad de Cambridge, el pervertido nombre
de LGM-1 (Little Green Men, u Hombrecillos Verdes). Sin embargo (eran
más listos que los soviéticos), no convocaron una rueda de prensa, y
pronto se hizo claro que lo que tenían era lo que ahora se llama un
púlsar. De hecho fue el primer púlsar, el púlsar de la Nebulosa Cangrejo.
Bueno, ¿qué es un púlsar? Un púlsar es una estrella comprimida
hasta el tamaño de una ciudad, soportada como no lo está ninguna
otra estrella, no por presión gaseosa, no por exclusión electrónica, sino
por las fuerzas nucleares. Es, en cierto sentido, un núcleo atómico del
tamaño de Pasadena. Sostengo que esa es una idea al menos tan rara
como la del faro de navegación interestelar. La respuesta a lo que es un
púlsar tiene que ser algo muy extraño. No es una civilización extraterrestre,
es otra cosa: pero otra cosa que abre nuestros ojos y mentes e
indica posibilidades en la naturaleza que nunca habríamos adivinado.
Luego está la cuestión de los falsos positivos. Frank Drake en su
original experimento Ozma, Paul Horowitz en el programa META (Megachannel
Extraterrestrial Assay) patrocinado por la Sociedad Planetaria,
el grupo de la Universidad de Ohio y muchos otros grupos han
recibido señales que han hecho palpitar sus corazones. Piensan por un
momento que han captado una señal genuina. En algunos casos no
tenemos la menor idea de lo que fue; las señales no se han repetido.
La noche siguiente apuntas el mismo telescopio al mismo punto en el
cielo con la misma modulación y la misma frecuencia, y lo pasa-bandas
todo de la misma manera, y no oyes nada. No publicas esos datos. Puede
ser un mal funcionamiento del sistema de detección. Puede ser un
avión militar AWACS revoloteando y emitiendo en canales de frecuencia
supuestamente reservados para la radioastronomía. Puede ser un aparato
de diatermia en la misma calle. Hay muchas posibilidades. No se
declara inmediatamente que has descubierto inteligencia extraterrestre
sólo porque has encontrado una señal anómala.
Y si se repitiese, ¿lo anunciarías? No. Puede ser una broma. Puede
ser algo que le pasa a tu sistema y que no eres capaz de descifrar. En
cambio, llamarías a los científicos de un montón de radiotelescopios
y les dirías que en ese punto particular del cielo, a esa frecuencia,
modulación, y banda y todo eso, pareces captar algo curioso. ¿Por favor,
podrían mirar si captan algo parecido? Y sólo si obtienen la misma
información varios observadores independientes del mismo punto del
cielo piensas que tienes algo. Aun entonces sigues sin saber que ese
algo es inteligencia extraterrestre, pero al menos has podido determinar
que no es algo de la Tierra. (Y también que no es algo en órbita terrestre;
está más lejos que eso.) Este es el primer plan de acción que se requiere
para asegurarse de que realmente tienes una señal de una civilización
extraterrestre.
Fíjate que hay una cierta disciplina implicada. El escepticismo impone
una carga. No puedes salir y gritar !! pequeños hombrecillos verdes!!,
porque vas a parecer muy tonto, como les pasó a los soviéticos con el
CTA-102, que resultó ser algo muy distinto. Es necesaria una cautela
especial cuanto las implicaciones son de tanta importancia como aquí.
No estamos obligados a decidirnos por algo en cuanto tenemos unos
datos. No pasa nada por no estar seguros.
Me suelen preguntar:"¿Crees que existe inteligencia extraterrestre?" Y yo respondo con los argumentos habituales. Hay un montón de lugares allá afuera, miles de millones. Luego digo que me sorprendería mucho que no existiese inteligencia extraterrestre, pero que por supuesto no tenemos pruebas concluyentes de ello. Y luego me preguntan:
"Vale, pero ¿qué es lo que crees realmente?" Y respondo: "Ya te he dicho lo que creo". "Sí, pero ¿qué te dicen tus entrañas?". Pero yo no intento pensar con mis entrañas. En serio, es mejor reservarse la opinión hasta que tengamos pruebas.
Después de que se publicase mi artículo (El Arte de la Detección de
Camelos) en Parade (1 feb. 1987), recibí, como puedes imaginar, un
montón de cartas. Parade es leído por 65 millones de personas. En el
artículo di una larga lista de cosas que eran presuntos o demostrados
camelos (treinta o cuarenta). Los defensores de todas esas cosas resultaron
uniformemente ofendidos, por lo que recibí montones de cartas.
También ofrecí un conjunto de instrucciones muy elementales acerca
de cómo tratar a los camelos (los argumentos de una autoridad no valen,
todos los pasos de una cadena de evidencias tienen que ser válidos,
etcétera). Mucha gente contestó diciendo: "Tiene usted toda la razón en
las generalidades; desafortunadamente, eso no es aplicable a mi doctrina
particular". Por ejemplo, uno de ellos decía que la idea de que
existe inteligencia extraterrestre fuera de la Tierra es un ejemplo de excelente
camelo. Concluía: "Estoy tan seguro de esto como de cualquier
otra cosa en mi experiencia. No hay vida consciente en otro lugar del
Universo. El Hombre vuelve así a su legítima posición en el centro del
Universo".
Otro remitente también estaba de acuerdo con todas mis generalidades,
pero decía que, como escéptico empedernido, yo había cerrado
mi mente a la verdad. Más notablemente, he ignorado la evidencia de
que la Tierra tiene seismil años de antigüedad. Bueno, no la he ignorado;
he considerado la supuesta evidencia y luego la he rechazado.
Existe una diferencia, y ésta es una diferencia, podríamos decir, entre
prejuicio y postjuicio. Prejuicio es hacer un juicio antes de considerar
los hechos. Postjuicio es hacer un juicio después de considerarlos. El
prejuicio es terrible, en el sentido de que se cometen injusticias y graves
errores. El postjuicio no es terrible. Por supuesto, no puedes ser
perfecto; también puedes cometer errores. Pero es permisible hacer un
juicio después de haber examinado la evidencia. En algunos círculos
incluso se fomenta.
Creo que parte de lo que impulsa a la ciencia es la sed de maravilla.
Es una emoción muy poderosa. Todos los niños la sienten. En una
clase de parvulario, todos la sienten; en una clase de bachillerato casi
nadie la siente, o siquiera la reconoce. Algo pasa entre el parvulario y
el bachillerato, y no es sólo la pubertad. No sólo los colegios y los medios
no enseñan mucho escepticismo, tampoco se fomenta mucho este
emocionante sentido de lo maravilloso. Ambas ciencia y pseudociencia
despiertan ese sentimiento. Una pobre popularización de la ciencia
establece un nicho ecológico para la pseudociencia.
Si la ciencia se explicase a la gente de a pie de una manera accesible
y excitante, no habría sitio para la pseudociencia. Pero existe una
especie de Ley de Gresham por la que, en la cultura popular, la mala
ciencia expulsa a la buena. Y por esto pienso que tenemos que culpar,
primero, la comunidad científica por no hacer un mejor trabajo popularizando
la ciencia, y segundo, a los medios, que a este respecto son
casi por completo inútiles. Todo periódico americano tiene una columna
diaria de astrología. ¿Cuántos tienen siquiera una columna semanal
de astronomía? Y también pienso que es culpa del sistema educativo.
No enseñamos a pensar. Esto es un error muy serio que podría incluso,
en un mundo infestado con 60.000 armas nucleares, comprometer el
futuro de la humanidad.
Sostengo que hay mucha más maravilla en la ciencia que en la pseudociencia.
Y además, en la medida que esto tenga algún significado, la
ciencia tiene como virtud adicional (y no es una despreciable) su veracidad.
Traducción: Gabriel Rodríguez Alberich
Copyright
c 1987 Carl Sagan
Este artículo está reproducido con el permiso de su viuda Ann Druyan, a quien le
agradecemos la atención prestada.
domingo, 31 de enero de 2010
sábado, 23 de enero de 2010
CIENCIA, PSEUDOCIENCIA Y SOCIEDAD
CIENCIA, PSEUDOCIENCIA Y SOCIEDAD
Por: Daniel R. Altschuler
(El Nuevo Día, 25 de enero de 2004, Suplemento Domingo, Sección FORO, p. 3)
Reproducido por: Rafael Ortiz Vega
Habitamos un mundo paradójico. Por un lado, comenzando con la revolución copernicana, hemos desarrollado el método científico para estudiar la naturaleza y así hemos entendido cómo es y cómo funciona nuestro mundo. Es una historia maravillosa. La ciencia es parte de nuestra herencia cultural, y posiblemente sea ésta, y no sus consecuencias materiales, su contribución más importante a la humanidad.
Por otro lado, muchos continúan aferrándose- contra toda evidencia- a extrañas creencias y antiguos mitos, una amalgama que se agrupa bajo el apelativo de pseudociencias. Se trata de un cuerpo de creencias y prácticas cuyos adeptos tildan, ingenua o maliciosamente, de ciencia, aunque no comparten con la ciencia ni el planteamiento, ni la metodología, ni el cuerpo de conocimiento. Los temas más populares son la astrología, la ufología, la homeopatía, la parasicología, el creacionismo “científico” y otras ideas disparatadas.Sin uso de razón y pensamiento crítico, destrezas que se deben adquirir en la escuela, el ciudadano no es capaz de distinguir entre ciencia y pseudociencia, entre el mundo real y el ficticio. Se torna vulnerable a la tentación de las pseudociencias. Utilizará su celular para llamar al psíquico y por medio de éste hablar con los difuntos, en una esquizofrenia intelectual asombrosa.
Aunque el pensamiento racional se identifica generalmente con la ciencia y con la matemática, es importante en todos los campos del quehacer humano; en la industria, el comercio y la política, en los cuales sin razón no se llega a ningún lado, o al menos no se llega a dónde es necesario llegar. El método científico no es algo esotérico relacionado solamente con la ciencia, sino que es una versión refinada de lo que hacemos comúnmente. La metodología de la ciencia(formular hipótesis, deducir consecuencias, contrastar empíricamente, etc,) no es diferente a la que usamos cotidianamente en otras áreas del quehacer humano ya sea, por ejemplo, en el curso de una investigación criminal o reparando el motor de un automóvil. La diferencia radica en la rigurosidad del método, la precisión del lenguaje y las medidas y calidad de la prueba, combinado todo con una teoría coherente.
Si aceptamos que la ciencia- no sólo la ciencia que hacen sus practicantes, sino la ciencia entendida y practicada por la ciudadanía en general- es una herramienta esencial para sobrevivir en los tiempos modernos, entonces su rechazo o ignorancia por sectores importantes de la ciudadanía plantea una crisis que los científicos, educadores y dirigentes de la sociedad deben confrontar.
La creciente invasión de la pseudociencia no es, como piensan algunos, un pasatiempo inofensivo. Si piensa así, pregunte qué opinan los familiares de aquellas mil personas que el 18 de noviembre de 1978 se suicidaron bebiendo Kool Aid con arsénico según las instrucciones del “reverendo” Jim Jones en Jonestown, Guyana. Jones “resucitaba muertos y realizaba cirugía psíquica”, ‘milagros’ que convencieron a sus ingenuos seguidores. Pregunte a aquél que por seguir los consejos de un psíquico, lo perdió todo. Pregunte qué opina el hermano del niño asesinado el 22 de agosto de 2003 por unos locos en la iglesia Temple Church of the Apostolic Faith, en Milwaukee, Wisconsin, en el proceso de exorcismo para quitarle el demonio de adentro. Las cruzadas, la inquisición, las guerras, el holocausto y varios otros genocidios del pasado y del presente son, en última instancia, productos de la irracionalidad organizada alrededor de algún dogma en una especie de demencia colectiva. La cacería de brujas les costó la vida a más de doscientas mil (200,000) mujeres y personas entre los años 1350 y 1750, muerte que solamente llegaba luego de una cruel sesión de torturas.Estas y muchas otras tragedias, grandes y pequeñas, públicas y privadas, son en gran medida, producto de creencias pseudocientíficas, en muchas instancias propulsadas por los medios, y de una falta de una educación científica en nuestras escuelas. La pseudociencia es un negocio multimillonario que explota la credulidad del público y que goza de las simpatías de los medios, a tal punto que en programas que se supone tienen unas pautas altas de objetividad y seriedad, como las noticias, se incluye el horóscopo como si fuera algo de validez indiscutida.
El problema se ha tornado serio por una circunstancia que emerge por primera vez en la historia de la humanidad y que nos enfrenta a una situación en la cual la supervivencia del género humano está en juego. Son tiempos inusitados que nos exigen un nuevo paradigma existencial y no podemos darnos el lujo de continuar con los viejos esquemas de pensamiento mágico. La novedad es que la ciencia, que nos ha llevado a descubrir gran parte de los secretos de la naturaleza, ha logrado el perfeccionamiento de poderosas tecnologías que han trasformado el mundo, no siempre de una forma positiva, hasta el punto en que ahora la naturaleza se encuentra a nuestra merced.
Nos encontramos entre la proverbial espada y la pared. Algunos dicen que sin las tecnologías que hemos desarrollado posiblemente no habría sobrepoblación, armamentos de destrucción masiva, calentamiento global y la contaminación y destrucción ambiental que nos amenaza a todos. Pero tampoco tendríamos antibióticos, medios rápidos de transportación, computadoras y un sinnúmero de cosas que han mejorado nuestras vidas o al menos tienen el potencial de hacerlo. Potencial, ya que las tecnologías, como la televisión, que podrían haberse utilizado para la educación de las masas, pero terminó haciendo todo lo contrario. Necesitamos de nuevas tecnologías para resolver los graves problemas que nos agobian, nuevas fuentes de energía, nuevas formas de producir alimentos, pero el riesgo es hacer más daño aún si no actuamos con conocimiento y sabiduría. Esa última cualidad no la puede proveer la ciencia sola.
El conocimiento de la naturaleza que nos revela la ciencia no es la verdadera historia, pero es la más verdadera historia que poseemos. Es el mejor compás del que disponemos para ayudarnos en la difícil travesía hacia el futuro, aunque debe quedar claro que la ciencia no es panacea, no es suficiente, no es perfecta: es siempre tentativa.
Resulta asombroso que se pueda pasar por todos esos años de escuela sin realmente llegar a tener, por lo menos, los conocimientos básicos para poder distinguir entre ciencia y pseudociencia. Es necesario enseñar a razonar, a dudar y a cuestionar. Sin esa base no hay posibilidad de lograr una ciudadanía científicamente alfabetizadas y gobernantes que nos lleven por mejor camino. No podemos ignorar la ignorancia. La pregunta es qué hacer, ya que parece obvio que vamos por mal camino y que, si no logramos un cambio en la educación del ciudadano, es posible que en el futuro volvamos a quemar brujas.
Por: Daniel R. Altschuler
(El Nuevo Día, 25 de enero de 2004, Suplemento Domingo, Sección FORO, p. 3)
Reproducido por: Rafael Ortiz Vega
Habitamos un mundo paradójico. Por un lado, comenzando con la revolución copernicana, hemos desarrollado el método científico para estudiar la naturaleza y así hemos entendido cómo es y cómo funciona nuestro mundo. Es una historia maravillosa. La ciencia es parte de nuestra herencia cultural, y posiblemente sea ésta, y no sus consecuencias materiales, su contribución más importante a la humanidad.
Por otro lado, muchos continúan aferrándose- contra toda evidencia- a extrañas creencias y antiguos mitos, una amalgama que se agrupa bajo el apelativo de pseudociencias. Se trata de un cuerpo de creencias y prácticas cuyos adeptos tildan, ingenua o maliciosamente, de ciencia, aunque no comparten con la ciencia ni el planteamiento, ni la metodología, ni el cuerpo de conocimiento. Los temas más populares son la astrología, la ufología, la homeopatía, la parasicología, el creacionismo “científico” y otras ideas disparatadas.Sin uso de razón y pensamiento crítico, destrezas que se deben adquirir en la escuela, el ciudadano no es capaz de distinguir entre ciencia y pseudociencia, entre el mundo real y el ficticio. Se torna vulnerable a la tentación de las pseudociencias. Utilizará su celular para llamar al psíquico y por medio de éste hablar con los difuntos, en una esquizofrenia intelectual asombrosa.
Aunque el pensamiento racional se identifica generalmente con la ciencia y con la matemática, es importante en todos los campos del quehacer humano; en la industria, el comercio y la política, en los cuales sin razón no se llega a ningún lado, o al menos no se llega a dónde es necesario llegar. El método científico no es algo esotérico relacionado solamente con la ciencia, sino que es una versión refinada de lo que hacemos comúnmente. La metodología de la ciencia(formular hipótesis, deducir consecuencias, contrastar empíricamente, etc,) no es diferente a la que usamos cotidianamente en otras áreas del quehacer humano ya sea, por ejemplo, en el curso de una investigación criminal o reparando el motor de un automóvil. La diferencia radica en la rigurosidad del método, la precisión del lenguaje y las medidas y calidad de la prueba, combinado todo con una teoría coherente.
Si aceptamos que la ciencia- no sólo la ciencia que hacen sus practicantes, sino la ciencia entendida y practicada por la ciudadanía en general- es una herramienta esencial para sobrevivir en los tiempos modernos, entonces su rechazo o ignorancia por sectores importantes de la ciudadanía plantea una crisis que los científicos, educadores y dirigentes de la sociedad deben confrontar.
La creciente invasión de la pseudociencia no es, como piensan algunos, un pasatiempo inofensivo. Si piensa así, pregunte qué opinan los familiares de aquellas mil personas que el 18 de noviembre de 1978 se suicidaron bebiendo Kool Aid con arsénico según las instrucciones del “reverendo” Jim Jones en Jonestown, Guyana. Jones “resucitaba muertos y realizaba cirugía psíquica”, ‘milagros’ que convencieron a sus ingenuos seguidores. Pregunte a aquél que por seguir los consejos de un psíquico, lo perdió todo. Pregunte qué opina el hermano del niño asesinado el 22 de agosto de 2003 por unos locos en la iglesia Temple Church of the Apostolic Faith, en Milwaukee, Wisconsin, en el proceso de exorcismo para quitarle el demonio de adentro. Las cruzadas, la inquisición, las guerras, el holocausto y varios otros genocidios del pasado y del presente son, en última instancia, productos de la irracionalidad organizada alrededor de algún dogma en una especie de demencia colectiva. La cacería de brujas les costó la vida a más de doscientas mil (200,000) mujeres y personas entre los años 1350 y 1750, muerte que solamente llegaba luego de una cruel sesión de torturas.Estas y muchas otras tragedias, grandes y pequeñas, públicas y privadas, son en gran medida, producto de creencias pseudocientíficas, en muchas instancias propulsadas por los medios, y de una falta de una educación científica en nuestras escuelas. La pseudociencia es un negocio multimillonario que explota la credulidad del público y que goza de las simpatías de los medios, a tal punto que en programas que se supone tienen unas pautas altas de objetividad y seriedad, como las noticias, se incluye el horóscopo como si fuera algo de validez indiscutida.
El problema se ha tornado serio por una circunstancia que emerge por primera vez en la historia de la humanidad y que nos enfrenta a una situación en la cual la supervivencia del género humano está en juego. Son tiempos inusitados que nos exigen un nuevo paradigma existencial y no podemos darnos el lujo de continuar con los viejos esquemas de pensamiento mágico. La novedad es que la ciencia, que nos ha llevado a descubrir gran parte de los secretos de la naturaleza, ha logrado el perfeccionamiento de poderosas tecnologías que han trasformado el mundo, no siempre de una forma positiva, hasta el punto en que ahora la naturaleza se encuentra a nuestra merced.
Nos encontramos entre la proverbial espada y la pared. Algunos dicen que sin las tecnologías que hemos desarrollado posiblemente no habría sobrepoblación, armamentos de destrucción masiva, calentamiento global y la contaminación y destrucción ambiental que nos amenaza a todos. Pero tampoco tendríamos antibióticos, medios rápidos de transportación, computadoras y un sinnúmero de cosas que han mejorado nuestras vidas o al menos tienen el potencial de hacerlo. Potencial, ya que las tecnologías, como la televisión, que podrían haberse utilizado para la educación de las masas, pero terminó haciendo todo lo contrario. Necesitamos de nuevas tecnologías para resolver los graves problemas que nos agobian, nuevas fuentes de energía, nuevas formas de producir alimentos, pero el riesgo es hacer más daño aún si no actuamos con conocimiento y sabiduría. Esa última cualidad no la puede proveer la ciencia sola.
El conocimiento de la naturaleza que nos revela la ciencia no es la verdadera historia, pero es la más verdadera historia que poseemos. Es el mejor compás del que disponemos para ayudarnos en la difícil travesía hacia el futuro, aunque debe quedar claro que la ciencia no es panacea, no es suficiente, no es perfecta: es siempre tentativa.
Resulta asombroso que se pueda pasar por todos esos años de escuela sin realmente llegar a tener, por lo menos, los conocimientos básicos para poder distinguir entre ciencia y pseudociencia. Es necesario enseñar a razonar, a dudar y a cuestionar. Sin esa base no hay posibilidad de lograr una ciudadanía científicamente alfabetizadas y gobernantes que nos lleven por mejor camino. No podemos ignorar la ignorancia. La pregunta es qué hacer, ya que parece obvio que vamos por mal camino y que, si no logramos un cambio en la educación del ciudadano, es posible que en el futuro volvamos a quemar brujas.
LAS ESTRELLAS Y YO
LAS ESTRELLAS Y YO
Por: Daniel R. Altschuler
(Revista Domingo, El Nuevo Día, 27 de abril de 2003)
Reproducido por: Rafael Ortiz Vega
Hace unos años, en el tapón escuchando distraídamente a Madame Kalalú por la radio para entretenerme, la oí decir que próximamente Leo (yo soy Leo) encontraría su amor en Aries. “¡Qué sarta de estupideces!”, pensé. Al mes me encontré con el amor de mi vida: ¡es Aries! Les relaté esto con asombro a mis amigos, algunos de los cuales conocían a la Kalalú y coincidieron en que ella sí tenía algún poder psíquico, ya que había presagiado que el bebé que tuvieron era varón, cuando otros habían dicho que sería hembra. La Kalalú se las traía, coincidieron.
Es más, pensándolo bien ahora, ¿no había sido ella la que había vaticinado al inicio del año que un alto funcionario del gobierno caería acusado y convicto de corrupción? Y también había dicho que habría una boda entre las estrellas y, en efecto, así ocurrió. Sin duda, la Kalalú se las trae y su línea psíquica a $3.99 por minuto es un éxito. Hay muchas personas con testimonios de cómo la Kalalú la pega.
La primera pregunta fundamental que habría que hacer es: ¿cuál es la utilidad en estos casos de saber, por ejemplo, que nos vamos a enamorar de un Aries? ¿O cuál es la utilidad de pagar para que alguien nos vaticine que este año será bueno en los negocios? Si ocurre, ocurre, y si no ocurre, no ocurre. No es que podamos hacer nada al respecto, aun si este vaticinio tuviera un mínimo de veracidad. Si nos vaticina una enfermedad, nos enfermaremos y no nos salva ni la vitamina C. Es decir, si la predicción es infalible, no hay nada que podamos hacer y, si es falsa, no sirve para nada.
Pero usemos algo de estadística básica para ver cómo es que algo bastante normal, parezca ser insólito, y que mi asombro no estaba bien fundamentado. Como hay doce (12) signos del zodíaco, resulta que una duodécima parte de nosotros pertenece a un signo en particular. Si, por ejemplo, hay 120,000 personas que escucharon a la Kalalú o que leyeron su horóscopo en el diario, entonces, 10,000 son Leos. Si uno de ellos se enamora “ próximamente” (¿en una semana, en un mes, en un año?), la probabilidad de que se enamore de un Aries es otra vez, una en doce, es decir, le ocurrirá a aproximadamente 800 personas.
Claro, de esas 800 personas, no todos se enamoran, ya que algunos están felizmente casado, otros no quieren o no pueden enamorarse, y no todos se enamoran de alguien dentro de un tiempo en el cual todavía recuerdan la predicción. Propongo que un tiempo de tres meses es razonable para no olvidar.
¿Pero qué fracción de la gente se enamora dentro de un periodo de tres meses? Intentemos un estimado, aunque sea algo incierto, ya que los datos que usaré podrían ser distintos, aunque no por grandes factores.
Casi todas las personas se enamoran alguna vez en la vida, y casi todas más de una vez. Digamos que en promedio son cinco veces en la vida dentro de 50 años (descarto los enamoramientos antes de los 15 años) y esto me da un enamoramiento por persona cada 10 años. En un periodo de tres meses, estimo entonces 25 enamoramientos por cada 1000 personas, y para los 800 leos que se podrían enamorar de un Aries esto me da 20 que escucharon a la Kalalú y que efectivamente se enamoraron en los tres meses siguientes a la predicción.
Son esos 20 los que se maravillan de los poderes de la Kalalú, los que llaman al programa para dar testimonio de lo acertado de su predicción, los que propagan la idea de que “se las trae”. Pero en realidad no es nada extraordinario; tenía que suceder. Los otros 220 leos que en esos tres meses se enamoraron, pero no de un Aries, ni se acuerdan de la falsa predicción.
Esto es algo bien general: tendemos a recordar coincidencias y no lo contrario, ya que lo contrario no es memorable. Nos sorprendemos de que un día cualquiera nos encontramos inesperadamente con un amigo en un lugar que no frecuentamos: “Nunca vengo a este lugar y justo el día que vengo, te encuentro”. Toda clase de elucubración mística puede surgir a raíz de este tipo de pensamiento, cuando un análisis estadístico demostraría que no es tan insólito que esto suceda.
Ya ve. En este caso, como en todos los otros, las estrellas no tuvieron que ver con mi buena fortuna. Y es que el hecho que un particular planeta “esté en Acuario” hoy, o en el día y la hora en que usted nació, nada tiene que ver con su vida. Además, no está nada claro lo que significa la hora exacta en que uno nace, dato necesario para preparar la llamada “carta astral”, ya que un parto dura en ocasiones bastante tiempo, y tampoco está claro por qué al planeta que supuestamente nos afecta le hace diferencia si estamos fuera o dentro del cuerpo de nuestra madre. Sepa, además, que Acuario es un dibujo proyectado en la bóveda celeste que es arbitrario y que nada tiene que ver con la ubicación de las estrellas en el espacio. Las estrellas de Acuario, o a las de cualquier otra constelación, no guardan ninguna relación una con la otra, por lo cual en concepto de que un planeta “entra” en Acuario es similar a decir que usted “entra” en una película del cine.
Hay un detalle astronómico interesante y desconocido por la mayoría de las personas. Aunque se definen 12 signos zodiacales, en realidad, en su recorrido anual por el cielo, el Sol cruza trece constelaciones. La número trece es la constelación de Ofiuco. También es cierto es cierto que los planetas, en su trayectoria por el cielo, cruzan por delante de otras muchas constelaciones que las trece del zodiaco, y hay veces que Venus está en Scutum, Marte en Hydra, y Saturno en Serpens.
Como sea, categorizar a todo el mundo colocándonos en doce cajitas de personalidades es un desprecio a la gran diversidad de individualidades que hacen al mundo tan rico, y una simplificación de la vida equivalente a decir que su destino es el mismo que el de otros quinientos millones de personas en el mundo. Son doce cajitas- y no otro número- por la sencilla y arbitraria razón de que los babilonios usaban un sistema de numeración duodecimal. Y si el horóscopo incluye números de la suerte para cada uno de los doce símbolos, está claro que si uno de ellos ganara en la loto de ese día, los otros once deben perder. Es un insulto a la inteligencia. Si la astrología tuviera alguna validez científica, alguien ya habría recibido un premio Nobel por este descubrimiento, en vez de escribir simplezas cotidianas en algún periódico. Hoy compré tres diarios distintos y busqué el horóscopo para los 300,000 capricornianos que viven en Puerto Rico. Esto es lo que dicen (con algunas comentarios míos entre paréntesis):
Diario 1:
“Con tu mente estás fabricando tu futuro y el de tu gente más querida, así que guíala con sabiduría, no dejes que nadie te aparte de tus objetivos. Mira, ese problema lo podrás resolver fácilmente si lo enfocas con optimismo (siempre es así y para todo el mundo, ¿no?) Calma, no te arrastres por primeras impresiones. El romance está favorecido esta noche. Números de la suerte: 13, 28, 41-038”
Diario 2:
“Muéstrate paciente para con tu pareja, no seas rencoroso (a). Pon tu parte para acabar con la falta de comunicación que los está alejando y que podrá acabar con la relación. Presta atención a lo que otra persona diga. Comunícate a nivel de sentimiento, valdrá la pena el esfuerzo.
Números de la suerte: 12, 10, 45.”
Diario 3:
“Cuida un poco tu alimentación porque estás engordando últimamente (¿300,000 personas engordando?) la salud de un hombre mayor en tu familia te va a preocupar (la salud de los hombres mayores siempre preocupa). No dejes en el olvido pagar algo que te viene muy mal, porque por olvidarlo no lo vas a tener que dejar de pagar (esto es válido para todos). Te sientes un poco solo, no te entienden y cuando hablas o propones algo es para discutir. Unos amigos te echarán la mano (los amigos siempre echan la mano).
Números de la suerte: 089”
Lo primero que hay que notar es la banalidad extrema de estos enunciados. Muchas palabras que lo único que dicen son generalidades obvias. Tampoco parece haber alguna relación entre los diferentes enunciados. ¡Ni se ponen de acuerdo en los números de la suerte!
¿Qué más pruebas de que no hay nada detrás de esto? Si fuera sólo entretenimiento, no importaría del mismo modo que no preocupa la ficción. Pero es aterrador que personas encargadas de tomar decisiones que nos afectan a todos (digamos un presidente de una nación) consulten los astros. Y es bochornoso cuando la Policía consulta a un clarividente para resolver un caso. Eso estaba bien en el 1492 cuando también quemaban brujas, ¡pero no hoy, en el 2003!
Me alarma ver que, a pesar de que no sirven para nada, los horóscopos ocupan páginas enteras en la prensa, y los astrólogos disponen cada vez de más tiempo en las noticias y en los medios. Me dan miedo las personas que rigen sus vidas de acuerdo con esta charlatanería, y me da pena pensar en el pobre diablo que día tras día tiene que redactar esas estupideces. O quizás ya tienen programas de computadoras que los redactan.
Pero - me cuestionan algunos- ¿por qué no puede haber una relación entre los planetas las estrellas u nosotros? ¿Acaso la Luna, con su gravitación, no causa las mareas en los cuerpos de agua de la Tierra y, por lo tanto, podría afectarnos, especialmente porque el 80 % de nuestros cuerpos se compone de agua? La respuesta es que no es posible que nos afecte. El efecto de marea surge en la Tierra por su gran dimensión, y afecta a los grandes océanos y mares por ser grandes y por ser relativamente flexibles, comparado con los continentes. En un lago no hay mareas. El efecto de marea de la Luna sobre una persona es menor que el efecto de marea causado por una naranja de un árbol bajo cuya sombra está usted sentado. Es decir, cero. Y en todo caso serían las naranjas – y no la Luna- las que determinarían su destino.
Pero se puede alegar que, al fin y al cabo, la ciencia no lo ha descubierto todo y podría haber algún efecto hasta ahora desconocido. Cierto es, y los árboles podrían ser azules, ¡pero no lo son! Aquí lo que importa es una regla fundamental del conocimiento: lo que determina la veracidad de un efecto en el mundo físico es la evidencia. Evidencia significa observaciones y medidas objetivas de un efecto, repetibles y estadísticamente significativas. La astrología, y todos los otros disparates que muchos (as) creen, no cae dentro de estas reglas de evidencia.
Y sin embargo la ciencia sí ha descubierto que es cierto que hay un íntimo vínculo entre nosotros y las estrellas. Comenzando con el hecho de que en ellas se producen los elementos vitales para nuestra existencia – como el carbono, el nitrógeno y el oxígeno – y finalizando con el hecho de que sin la energía del Sol (una de las tantas estrellas) la vida sobre la Tierra no habría surgido desde hace cuatro mil millones de años ni habría evolucionado hasta el punto en el cual yo estoy escribiendo esto. Y lo lindo es que entendemos bastante bien cómo es que se produce esta energía, y no es por arte de magia.
Sabemos qué son los elementos químicos y cómo se construyen a partir de protones, neutrones y electrones. Y más importante aún, sabemos cómo surgen en procesos estelares. Es decir, que cada átomo de nuestro cuerpo fue en algún momento parte de una estrella. El oro en su anillo estuvo en algún momento originado como producto de una explosión de una supernova. Somos hijos de las estrellas.
Lo curioso es que sólo la ciencia puede predecir el futuro (en forma limitada por cierto). Hemos adquirido conocimientos que nos permiten predecir si un objeto del tamaño de una montaña en órbita alrededor del Sol puede, en un futuro, chocar con la Tierra; y si así fuera, determinar la fecha y lugar de este cataclismo. Y si esto sucediera, lo tomaríamos muy en serio. Comparado con esto, todas las predicciones de los astrólogos son puras ficciones, por más que en ocasiones parezca que se cumplen.
¡Ah!, y como hay muchos por ahí a quienes les gusta vaticinar el fin del mundo (lo triste es que hay unos cuantos que se lo creen), les cuento que la ciencia ha descubierto que, en efecto, el mundo se acabará. Es un problema que tiene que ver con la vida del Sol, cuyo funcionamiento hemos descifrado, lo cual nos permite calcular que dentro de unos tres mil millones causará el fin de la vida sobre la Tierra. Pero no es un problema urgente y nadie se alarma. Más alarmante es la posibilidad de que un asteroide choque con nuestro planeta como ha ocurrido en el pasado, y nos dé un golpe de tal magnitud que no podamos sobrevivir. No pierda el sueño: hasta el momento no hemos encontrado ningún objeto de gran tamaño (digamos como una montaña) que represente un peligro para la Tierra. Claro que esto no quiere decir que no ande por ahí, ya que no los hemos descubierto todos. Como sea, no hay mucho que podamos hacer cuando llegue el día.
Si busca algo por lo cual valga la pena perder el sueño, le recomiendo considerar que, si seguimos por el derrotero que hemos escogido, es muy probable que la existencia de humanos en la Tierra acabe mucho antes de esa muerte natural, una especie de suicidio colectivo, pero evitable.
Por: Daniel R. Altschuler
(Revista Domingo, El Nuevo Día, 27 de abril de 2003)
Reproducido por: Rafael Ortiz Vega
Hace unos años, en el tapón escuchando distraídamente a Madame Kalalú por la radio para entretenerme, la oí decir que próximamente Leo (yo soy Leo) encontraría su amor en Aries. “¡Qué sarta de estupideces!”, pensé. Al mes me encontré con el amor de mi vida: ¡es Aries! Les relaté esto con asombro a mis amigos, algunos de los cuales conocían a la Kalalú y coincidieron en que ella sí tenía algún poder psíquico, ya que había presagiado que el bebé que tuvieron era varón, cuando otros habían dicho que sería hembra. La Kalalú se las traía, coincidieron.
Es más, pensándolo bien ahora, ¿no había sido ella la que había vaticinado al inicio del año que un alto funcionario del gobierno caería acusado y convicto de corrupción? Y también había dicho que habría una boda entre las estrellas y, en efecto, así ocurrió. Sin duda, la Kalalú se las trae y su línea psíquica a $3.99 por minuto es un éxito. Hay muchas personas con testimonios de cómo la Kalalú la pega.
La primera pregunta fundamental que habría que hacer es: ¿cuál es la utilidad en estos casos de saber, por ejemplo, que nos vamos a enamorar de un Aries? ¿O cuál es la utilidad de pagar para que alguien nos vaticine que este año será bueno en los negocios? Si ocurre, ocurre, y si no ocurre, no ocurre. No es que podamos hacer nada al respecto, aun si este vaticinio tuviera un mínimo de veracidad. Si nos vaticina una enfermedad, nos enfermaremos y no nos salva ni la vitamina C. Es decir, si la predicción es infalible, no hay nada que podamos hacer y, si es falsa, no sirve para nada.
Pero usemos algo de estadística básica para ver cómo es que algo bastante normal, parezca ser insólito, y que mi asombro no estaba bien fundamentado. Como hay doce (12) signos del zodíaco, resulta que una duodécima parte de nosotros pertenece a un signo en particular. Si, por ejemplo, hay 120,000 personas que escucharon a la Kalalú o que leyeron su horóscopo en el diario, entonces, 10,000 son Leos. Si uno de ellos se enamora “ próximamente” (¿en una semana, en un mes, en un año?), la probabilidad de que se enamore de un Aries es otra vez, una en doce, es decir, le ocurrirá a aproximadamente 800 personas.
Claro, de esas 800 personas, no todos se enamoran, ya que algunos están felizmente casado, otros no quieren o no pueden enamorarse, y no todos se enamoran de alguien dentro de un tiempo en el cual todavía recuerdan la predicción. Propongo que un tiempo de tres meses es razonable para no olvidar.
¿Pero qué fracción de la gente se enamora dentro de un periodo de tres meses? Intentemos un estimado, aunque sea algo incierto, ya que los datos que usaré podrían ser distintos, aunque no por grandes factores.
Casi todas las personas se enamoran alguna vez en la vida, y casi todas más de una vez. Digamos que en promedio son cinco veces en la vida dentro de 50 años (descarto los enamoramientos antes de los 15 años) y esto me da un enamoramiento por persona cada 10 años. En un periodo de tres meses, estimo entonces 25 enamoramientos por cada 1000 personas, y para los 800 leos que se podrían enamorar de un Aries esto me da 20 que escucharon a la Kalalú y que efectivamente se enamoraron en los tres meses siguientes a la predicción.
Son esos 20 los que se maravillan de los poderes de la Kalalú, los que llaman al programa para dar testimonio de lo acertado de su predicción, los que propagan la idea de que “se las trae”. Pero en realidad no es nada extraordinario; tenía que suceder. Los otros 220 leos que en esos tres meses se enamoraron, pero no de un Aries, ni se acuerdan de la falsa predicción.
Esto es algo bien general: tendemos a recordar coincidencias y no lo contrario, ya que lo contrario no es memorable. Nos sorprendemos de que un día cualquiera nos encontramos inesperadamente con un amigo en un lugar que no frecuentamos: “Nunca vengo a este lugar y justo el día que vengo, te encuentro”. Toda clase de elucubración mística puede surgir a raíz de este tipo de pensamiento, cuando un análisis estadístico demostraría que no es tan insólito que esto suceda.
Ya ve. En este caso, como en todos los otros, las estrellas no tuvieron que ver con mi buena fortuna. Y es que el hecho que un particular planeta “esté en Acuario” hoy, o en el día y la hora en que usted nació, nada tiene que ver con su vida. Además, no está nada claro lo que significa la hora exacta en que uno nace, dato necesario para preparar la llamada “carta astral”, ya que un parto dura en ocasiones bastante tiempo, y tampoco está claro por qué al planeta que supuestamente nos afecta le hace diferencia si estamos fuera o dentro del cuerpo de nuestra madre. Sepa, además, que Acuario es un dibujo proyectado en la bóveda celeste que es arbitrario y que nada tiene que ver con la ubicación de las estrellas en el espacio. Las estrellas de Acuario, o a las de cualquier otra constelación, no guardan ninguna relación una con la otra, por lo cual en concepto de que un planeta “entra” en Acuario es similar a decir que usted “entra” en una película del cine.
Hay un detalle astronómico interesante y desconocido por la mayoría de las personas. Aunque se definen 12 signos zodiacales, en realidad, en su recorrido anual por el cielo, el Sol cruza trece constelaciones. La número trece es la constelación de Ofiuco. También es cierto es cierto que los planetas, en su trayectoria por el cielo, cruzan por delante de otras muchas constelaciones que las trece del zodiaco, y hay veces que Venus está en Scutum, Marte en Hydra, y Saturno en Serpens.
Como sea, categorizar a todo el mundo colocándonos en doce cajitas de personalidades es un desprecio a la gran diversidad de individualidades que hacen al mundo tan rico, y una simplificación de la vida equivalente a decir que su destino es el mismo que el de otros quinientos millones de personas en el mundo. Son doce cajitas- y no otro número- por la sencilla y arbitraria razón de que los babilonios usaban un sistema de numeración duodecimal. Y si el horóscopo incluye números de la suerte para cada uno de los doce símbolos, está claro que si uno de ellos ganara en la loto de ese día, los otros once deben perder. Es un insulto a la inteligencia. Si la astrología tuviera alguna validez científica, alguien ya habría recibido un premio Nobel por este descubrimiento, en vez de escribir simplezas cotidianas en algún periódico. Hoy compré tres diarios distintos y busqué el horóscopo para los 300,000 capricornianos que viven en Puerto Rico. Esto es lo que dicen (con algunas comentarios míos entre paréntesis):
Diario 1:
“Con tu mente estás fabricando tu futuro y el de tu gente más querida, así que guíala con sabiduría, no dejes que nadie te aparte de tus objetivos. Mira, ese problema lo podrás resolver fácilmente si lo enfocas con optimismo (siempre es así y para todo el mundo, ¿no?) Calma, no te arrastres por primeras impresiones. El romance está favorecido esta noche. Números de la suerte: 13, 28, 41-038”
Diario 2:
“Muéstrate paciente para con tu pareja, no seas rencoroso (a). Pon tu parte para acabar con la falta de comunicación que los está alejando y que podrá acabar con la relación. Presta atención a lo que otra persona diga. Comunícate a nivel de sentimiento, valdrá la pena el esfuerzo.
Números de la suerte: 12, 10, 45.”
Diario 3:
“Cuida un poco tu alimentación porque estás engordando últimamente (¿300,000 personas engordando?) la salud de un hombre mayor en tu familia te va a preocupar (la salud de los hombres mayores siempre preocupa). No dejes en el olvido pagar algo que te viene muy mal, porque por olvidarlo no lo vas a tener que dejar de pagar (esto es válido para todos). Te sientes un poco solo, no te entienden y cuando hablas o propones algo es para discutir. Unos amigos te echarán la mano (los amigos siempre echan la mano).
Números de la suerte: 089”
Lo primero que hay que notar es la banalidad extrema de estos enunciados. Muchas palabras que lo único que dicen son generalidades obvias. Tampoco parece haber alguna relación entre los diferentes enunciados. ¡Ni se ponen de acuerdo en los números de la suerte!
¿Qué más pruebas de que no hay nada detrás de esto? Si fuera sólo entretenimiento, no importaría del mismo modo que no preocupa la ficción. Pero es aterrador que personas encargadas de tomar decisiones que nos afectan a todos (digamos un presidente de una nación) consulten los astros. Y es bochornoso cuando la Policía consulta a un clarividente para resolver un caso. Eso estaba bien en el 1492 cuando también quemaban brujas, ¡pero no hoy, en el 2003!
Me alarma ver que, a pesar de que no sirven para nada, los horóscopos ocupan páginas enteras en la prensa, y los astrólogos disponen cada vez de más tiempo en las noticias y en los medios. Me dan miedo las personas que rigen sus vidas de acuerdo con esta charlatanería, y me da pena pensar en el pobre diablo que día tras día tiene que redactar esas estupideces. O quizás ya tienen programas de computadoras que los redactan.
Pero - me cuestionan algunos- ¿por qué no puede haber una relación entre los planetas las estrellas u nosotros? ¿Acaso la Luna, con su gravitación, no causa las mareas en los cuerpos de agua de la Tierra y, por lo tanto, podría afectarnos, especialmente porque el 80 % de nuestros cuerpos se compone de agua? La respuesta es que no es posible que nos afecte. El efecto de marea surge en la Tierra por su gran dimensión, y afecta a los grandes océanos y mares por ser grandes y por ser relativamente flexibles, comparado con los continentes. En un lago no hay mareas. El efecto de marea de la Luna sobre una persona es menor que el efecto de marea causado por una naranja de un árbol bajo cuya sombra está usted sentado. Es decir, cero. Y en todo caso serían las naranjas – y no la Luna- las que determinarían su destino.
Pero se puede alegar que, al fin y al cabo, la ciencia no lo ha descubierto todo y podría haber algún efecto hasta ahora desconocido. Cierto es, y los árboles podrían ser azules, ¡pero no lo son! Aquí lo que importa es una regla fundamental del conocimiento: lo que determina la veracidad de un efecto en el mundo físico es la evidencia. Evidencia significa observaciones y medidas objetivas de un efecto, repetibles y estadísticamente significativas. La astrología, y todos los otros disparates que muchos (as) creen, no cae dentro de estas reglas de evidencia.
Y sin embargo la ciencia sí ha descubierto que es cierto que hay un íntimo vínculo entre nosotros y las estrellas. Comenzando con el hecho de que en ellas se producen los elementos vitales para nuestra existencia – como el carbono, el nitrógeno y el oxígeno – y finalizando con el hecho de que sin la energía del Sol (una de las tantas estrellas) la vida sobre la Tierra no habría surgido desde hace cuatro mil millones de años ni habría evolucionado hasta el punto en el cual yo estoy escribiendo esto. Y lo lindo es que entendemos bastante bien cómo es que se produce esta energía, y no es por arte de magia.
Sabemos qué son los elementos químicos y cómo se construyen a partir de protones, neutrones y electrones. Y más importante aún, sabemos cómo surgen en procesos estelares. Es decir, que cada átomo de nuestro cuerpo fue en algún momento parte de una estrella. El oro en su anillo estuvo en algún momento originado como producto de una explosión de una supernova. Somos hijos de las estrellas.
Lo curioso es que sólo la ciencia puede predecir el futuro (en forma limitada por cierto). Hemos adquirido conocimientos que nos permiten predecir si un objeto del tamaño de una montaña en órbita alrededor del Sol puede, en un futuro, chocar con la Tierra; y si así fuera, determinar la fecha y lugar de este cataclismo. Y si esto sucediera, lo tomaríamos muy en serio. Comparado con esto, todas las predicciones de los astrólogos son puras ficciones, por más que en ocasiones parezca que se cumplen.
¡Ah!, y como hay muchos por ahí a quienes les gusta vaticinar el fin del mundo (lo triste es que hay unos cuantos que se lo creen), les cuento que la ciencia ha descubierto que, en efecto, el mundo se acabará. Es un problema que tiene que ver con la vida del Sol, cuyo funcionamiento hemos descifrado, lo cual nos permite calcular que dentro de unos tres mil millones causará el fin de la vida sobre la Tierra. Pero no es un problema urgente y nadie se alarma. Más alarmante es la posibilidad de que un asteroide choque con nuestro planeta como ha ocurrido en el pasado, y nos dé un golpe de tal magnitud que no podamos sobrevivir. No pierda el sueño: hasta el momento no hemos encontrado ningún objeto de gran tamaño (digamos como una montaña) que represente un peligro para la Tierra. Claro que esto no quiere decir que no ande por ahí, ya que no los hemos descubierto todos. Como sea, no hay mucho que podamos hacer cuando llegue el día.
Si busca algo por lo cual valga la pena perder el sueño, le recomiendo considerar que, si seguimos por el derrotero que hemos escogido, es muy probable que la existencia de humanos en la Tierra acabe mucho antes de esa muerte natural, una especie de suicidio colectivo, pero evitable.
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